Son pocas las veces que recuerdo
haberme abandonado.
Haberme dejado ir a la deriva.
Graznidos, sí, oigo graznidos
cada vez que me dejo
así, tranquila.
Son buitres y jotes y aves negras
que esperan mi partida.
Cualquier demostración
de sentimiento,
cualquier mentira, aunque pequeña,
daría al apetito de esas aves
más aliento.
Son gente, ay dolor,
son profesores,
son alumnos y vecinos.
Son, en fin, la raza humana
que se ensaña,
que despioja mis defectos
me rebusca y me provoca.
Cuando pienso, ay dolor,
que para otros
yo soy parte también
de este cortejo
me levanto y me miro
hacia el futuro
y se oye un trinar,
mis aves negras.